lunes, 5 de abril de 2010

Indagaciones Peryanas: Raul Porres: LAPROFANIDAD DE LOS HUAQUEROS

Si los Incas borraron de sus anales la destreza y el adelanto del arte metalúrgico de los vencidos yungas, éste quedó encerrado en las tumbas más tarde violadas por conquistadores, huaqueros y arqueólogos. Entonces empezó a resurgir para la historia cultural la maravillosa orfebrería Chimú.

La primera revelación de los tesoros enterrados del Chimú la dio el cacique de este pueblo Sachas Guamán, en l535, cuando obsequió al Teniente de Trujillo, Martín de Estete, con un deslumbrante e irisado tesoro de objetos de oro, de plumas y de perlas, que fue extraído de la casa de ídolos o huaca de Chimú-Guamán, junto a la mar. Figuraban en el lote miliunanochesco, una almohada cubierta de perlas, una mitra de perlas, un collar de oro y perlas y un asiento en cuyo espaldar había borlas de perlas que ceñían cabezas esculpidas de pájaros. Equipo marfileño que acaso perteneciera a algún sacerdote del culto lunar, que era, según el cronista Calancha, el privativo de los yungas, en contraste con el andino culto solar. Se repitió después el áureo donativo hecho legendario de la huaca del Peje Chico a García de Toledo, que le dio 427,735 castellanos en 1566 y 278,134 en 1578, y volvió a rendir 235,000 castellanos en l592. De las huacas de la gran ciudad de Chanchán –llamadas popularmente de Toledo o del Peje Grande y Chico, del Obispo, de las Conchas, de la Misa, de la Esperanza– surgieron en la época colonial tesoros que se fundieron y dieron ríos de onzas deslumbrantes. De la huaca del Sol de Moche se extrajo, según Calancha, como 800,000 pesos. Y el desvalijo continuó por los huaqueros de la época republicana, como aquel empírico coronel La Rosa, que repartió sus trofeos arqueológicos con el viajero Squier y confesó a Wiener que había hecho fundir más de cinco mil mariposas de oro, de apenas un miligramo de espesor, lindos juguetes con alas de filigrana, a los que se podía, por su levedad, lanzar al aire y ver revolotear alegremente venciendo la pesantez hasta caer en tierra. La mayoría de los objetos de oro encontrados en Chanchán y en otros lugares, fue fundida o emigró a los museos extranjeros, para constituir las innúmeras colecciones que poseen ejemplares y muestras que no tienen los escasos museos peruanos y las colecciones particulares peruanas, torpemente prohibidas.

indagaciones Peruanas: raul Porres: LAS MINAS COLONIALES

Pasado el deslumbramiento de los botines del oro de Cajamarca y del Cuzco y de los entierros famosos, los economistas modernos tratan de enfriar aquella emoción única. Garcilaso y León Pinelo habían ya reaccionado, enunciando la tesis de que las minas del Perú y el trabajo sistematizado de ellas habían dado a España más riquezas que las de la conquista. El Inca Garcilaso asegura que todos los años se sacan, para enviarlos a España, "doce o trece millones de plata y oro y cada millón monta diez veces cien mil ducados".

En 1595, dice el mismo Inca, entraron por la barra de San Lúcar treinta y cinco millones de plata y oro del Perú. Y León Pinelo, con los libros del Consejo de Indias en la mano, dice que en el Perú se labraban, a principios del siglo XVII, cien minerales de oro y que en ellos se habían descubierto dos minas de cincuenta varas, de otros metales. Es el momento del apogeo de la plata. Las minas de Potosí dieron de 1545 a 1647, según León Pinelo, 1674 millones de pesos ensayados de ocho reales. Cada sábado daban 150 ó 200 mil pesos, dice el padre Acosta. El padre Cobo escribía hacia 1650: "Hoy se saca cuatro veces más plata que en la grande estampida de la conquista". Las minas del Perú y Nuevo Reino dieron, en el mismo lapso, 250000 000 pesos. La mina de Porco daba un millón cada año, la de Choclococha y Castrovirreyna 900 mil pesos ensayados, la de Cailloma 650 mil y la de Vilcabamba 600 mil. El oro prevaleció, en los primeros años, hasta 1532, en que se descubrieron las primeras minas de plata en Nueva España y, en 1545, las de Potosí. León Pinelo calcula que las minas de oro del Perú, Nueva Granada y Nueva España daban al Rey un millón de pesos anuales. Desde la conquista hasta 1650 el oro indiano dio 154 millones de castellanos, o sea 308 millones de pesos de ocho reales, o sea quince mil cuatrocientos quintales de oro de pura ley. Según el economista Hamilton, el tesoro dramáticamente obtenido por los conquistadores fue "una bagatela" en comparación con los productos de las minas posteriores. Hasta el cuarto decenio del siglo XVII, el tesoro de las Indias se vertió en la metrópoli con caudal abundancia. La corriente de oro y plata disminuyó considerablemente, pero no cesó

Indagaciones Peruanas: Raul Porres: EL BOTIN DE ORO DE PIZARRO

La cruzada de sangre y oro de la conquista llegó con Pizarro a Cajamarca y desbarató, en el espacio de cincuenta minutos, con ciento sesenta y ocho aventureros haraposos, al invicto ejército incaico de treinta mil hombres, que había conquistado toda la América del Sur, como tres siglos más tarde el Imperio español, en que no se ponía el sol, sería desbaratado en cincuenta y cinco minutos de combate por ochocientos peruanos, en el campo de Junín. De la captura del Inca, en medio de su corte enjoyada en lo alto de su litera impasible, cargada por los estoicos Lucanas, arranca el río de oro alucinante que lleva el nombre del Perú a los confines del mundo occidental. Y no fue mentira el relato fabuloso de los cronistas, ni de los humanistas europeos o los comerciantes genoveses o venecianos que en Sevilla vieron el desfile del fantástico botín y lo divulgaron por Europa con cifras de envidia. Aquel día, en aquel rincón andino del Perú, la historia del mundo había dado un salto o un viraje: el oro americano, principalmente el del Perú, iba a transformar la economía europea, porque al aumentar el circulante y producir la repentina alza de los precios, iba a surgir el auge incontrolado del dinero y del capitalismo.

Jerez y Pedro Sancho, secretarios de Pizarro, describieron en sus crónicas –que se tradujeron y adaptaron en publicaciones europeas– el botín obtenido por Pizarro en Cajamarca y el Cuzco. El primer botín de la cabalgata sudorosa y jadeante, que recorre el campo de Cajamarca y saquea el campamento del Inca, es de 80 mil pesos de oro y siete mil marcos de plata y 14 esmeraldas. "El oro y plata se hubo –dice, maravillado, el escribano Xerez, Secretario de Pizarro, informando oficialmente al Rey– en piezas monstruosas y platos grandes y pequeños y cántaros y ollas y braceros y copones grandes y otras piezas diversas". Atabalipa –el Inca preso– dijo a los españoles que todo esto y mucho más que se llevaron los indios fugitivos "era vajilla de su servicio".

El Inca, astuto y sutil, en quien los españoles se espantarían "de ver en hombre bárbaro tanta prudencia", comprendió que el oro, buscado ansiosamente por la soldadesca era el precio y el talismán de su vida e hizo espectacularmente, el ofrecimiento fabuloso que llenó de asombro a su siglo y a la historia: llenar la sala de su prisión, de 22 pies de largo por 17 de ancho, de cántaros, ollas, tejuelos y otras piezas de oro y dos veces la misma extensión de plata, hasta la altura de "estado y medio". Del Cuzco, de donde debía, traerse el oro a Cajamarca había, por lo menos, cuarenta días de ida y vuelta, con los que el Inca había ganado una prórroga efectiva de su vida, plazo dentro del que sus generales de Quito y del Cuzco podrían reaccionar y aplastar a aquella cohorte andrajosa de jinetes que, para custodiar al Inca y el precario botín del día de su captura, tenían que velar todas las noches, con armaduras y sobre el caballo, en atisbo de la emboscada india.

El resplandor del oro alumbra, al par que los hachones nocturnos, a los actores de ambos bandos de aquella dramática pugna y zozobra. Por los caminos incaicos empiezan a llegar las acémilas humanas cargadas de oro y plata. Cada día llegan cargas de treinta, cuarenta y cincuenta mil pesos de oro y algunos de sesenta mil. Los tres comisionados de Pizarro que llegan al Cuzco, ordenan deschapar las paredes del Templo del Sol y los palacios incaicos de sus láminas de oro. Y parten para Cajamarca la primera vez 600 planchas de oro de 3 a 4 palmos de largo, en doscientas cargas que pesaron ciento treinta quintales y, luego, llegaron sesenta cargas de oro más bajo, que no se recibió por ser de 7 u 8 quilates el peso. Más tarde llegó todo el oro recogido por Hernando en la "mezquita" de Pachacamac.

Indagaciones Peruanas:Raul Porras: PALACIOS Y TESOROS INCAICOS

Tanto como el esplendor del Coricancha fue, a medida que crecía el poderío incaico, el fausto y el derroche en los palacios incaicos. El Inca y sus servidores resplandecen de oro y pedrerías. El Inca y su corte visten con camisetas bordadas de oro, purapuras, diademas y ojotas de oro. La vajilla del Inca y de los nobles es toda de oro. "Todo el servicio de la casa del rey –dice Cieza–, así de cántaros para su uso como de cocina, todo era de oro y plata". Beber en vaso de oro era hidalguía de señores y signo de paz. De oro eran los atambores y los instrumentos de música, engastados en pedrería. El Inca Pachacútec dio en usar, después de su triunfo, en vez de la borla de lana encarnada de sus antepasados, una mascapaicha cuajada de oro y de esmeraldas. El asiento del Inca o tiana, escaño o silla baja, que era de oro macizo de 16 quilates "guarnecido de muchas esmeraldas y otras piedras preciosas" y fue el trofeo de Pizarro en Cajamarca, valió 25 mil ducados de buen oro, según Garcilaso. La litera del Inca o andas cargadas por 25 hombres eran –según los cargadores del Inca, con quienes Cieza habló– tan ricas, "que no tuvieran precio las piedras preciosas tan grandes y muchas que iban en ellas, sin el oro de que eran hechas".

La opulencia de los palacios incaicos tendía, además, a ser eterna. No perece, y se dispersa como la de los monarcas occidentales, con la muerte. Cada Inca al morir deja intacto su palacio, con su vajilla y joyas que su sucesor no podrá tocar. El nuevo Inca deberá edificar nuevo palacio y mandar a los orfebres de todo el reino que le fabriquen nuevos cántaros y tupus y diademas. Cada palacio incaico queda, así, como un museo o joyel de los antiguos Incas: en él se custodia, además, por su clan o panaca, su busto o quaoqui fundido en oro, mientras su momia hace guardia junto a sus antecesores en la capilla del Sol del Coricancha. En Písac, en "una bóveda de tres salas", estaba el tesoro fabuloso de Pachacútec; en Chincheros el de Túpac Yupanqui y los de Huayna Cápac, en Caxana y en Yucay. El oro del triunfo se convierte, así, en oro ritual y en prisionero del fatum incaico; por ello, según el cronista Pedro Pizarro, "la mayor parte de la gente y tesoros y gastos y vicios estaba en poder de los muertos", al punto de que el Inca Huáscar, poseído de un demoníaco y fatídico propósito, anunció que habría de mandar enterrar a todos los bultos de los Incas, porque los muertos y no los vivos "tenían lo mejor de su reino".

Indagaciones Peruanas:Raul Porras: EL ORO: MITO INCAICO

Los Incas no inventaron las técnicas del oro; pero el oro fulgura, desde el primer momento de su aparición, en el valle de Vilcanota en los mitos de Tamputocco y Pacarictampu, como atributo esencial de su realeza, de su procedencia solar por la identificación de sol y oro en la mítica universal y de su mandato divino. Una fábula costeña, adaptada en la dominación incaica, relataba que del cielo cayeron tres huevos, uno de oro, otro de plata y otro de cobre, y que de ellos salieron los curacas, las ñustas y la gente común. El oro es, pues, señal de preeminencia y de señorío, de alteza discernida por voluntad celeste. Los fundadores del Imperio, las cuatro parejas paradigmáticas presididas por Manco Cápac, usan todavía la honda de piedra para derribar cerros, pero traen ya, como pasaporte divino, sus arreos de oro para deslumbrar a la multitud agrícola en trance de renovación. Los cuatro hermanos Ayar portan alabardas de oro, sus mujeres llevan tupus resplandecientes y en las manos auquillas o vasos de oro para ofrecer la chicha nutricia de la grandeza del Imperio. La figura de Manco, el fundador del Cuzco y de la dinastía imperial incaica, fulge de oro mágico solar y sobrenatural. Una fábula cuzqueña refiere que la madre de Manco colocó en el pecho de éste unos petos dorados y en la frente una diadema y que con ellos le hizo aparecer en la cumbre de un cerro, donde la reverberación solar le convirtió ante la multitud en ascua refulgente y le consagró como hijo del sol. En los cantares incaicos el dios Tonapa, que pasa fugitivo y miserable por la tierra, deja en manos de Manco un palo que se transforma luego en el tupayauri o cetro de oro, insignia imperial de los Incas. Manco sale en la leyenda de Tamputocco de una ventana, la Capactocco, enmarcada de oro, y marcha llevando en la mano el tupayauri o la barreta de oro que ha de hundirse en la tierra fértil y que le ha de defender de los poderes de destrucción y del mal. Mientras sus hermanos son convertidos en piedra, él detiene el furor demoníaco de las huacas que le amenazan y fulmina con el tupayauri a los espíritus del mal que se atraviesan en su camino. En retorno, cuando Manco manda construir la casa del Sol –el Inticancha–, ordena hacer a los "plateros" una plancha de oro fino, que significa "que hay Hacedor del cielo y tierra" y la manda poner en el templo del Sol y en el jardín inmediato a éste, a la vez que hace calzar de oro las raíces de los árboles y colgar frutos de oro de sus ramas.

El oro se convierte para los Incas en símbolo religioso, señal de poderío y blasón de nobleza. El oro, escaso en la primera dinastía, obtenido penosamente de los lavaderos lejanos de Carabaya, brilla con poder sobrenatural en los arreos del Inca –en el tupayauri, los llanquis u ojotas de oro, la chipana o escudo y la parapura o pectoral áureo– y se reserva para las vasijas del templo y la lámina de oro que sirve de imagen del sol colocada hacia el Oriente, que debe recibir diariamente los primeros rayos del astro divino y protector. La mayor distinción y favor de la realeza incaica a los curacas aliados y sometidos, será iniciarles en el rito del oro, calzándoles las ojotas de oro y dándoles el título de apu. Y los sacerdotes oraban en los templos para que las semillas germinasen en la tierra, para que los cerros sagrados echasen oro en las canteras y los Incas triunfasen de sus enemigos.

Los triunfos guerreros de los Incas encarecen el valor mítico del oro y su prestancia ornamental. El Inca vencedor exige de los pueblos vencidos el tributo primordial de los metales y el oro que ha de enriquecer los palacios del Cuzco y el templo de Coricancha. Todo el oro del Collao, de los Aymaraes y de Arequipa, y por último del Chimú, de Quito y de Chile, afluye al Cuzco imperial. Los ejércitos de Pachacútec vuelven cargados de oro, plata, umiña o esmeraldas, mulli o conchas de mar, chaquira de los yungas, oro finísimo del Tucumán y los Guarmeaucas, tejuelos de oro de Chile y oro en polvo y pepitas de los antis. El mayor botín dorado fue, sin embargo, el que se obtuvo después del vencimiento del señor del Gran Chimú, en tiempo de Pachacútec. El general Cápac Yupanque, hermano del Inca y vencedor de los yungas de Chimú, reúne en el suelo de la plaza de Cajamarca –donde más tarde habría de ponerse el sol de los Incas, con otro trágico reparto– el botín arrebatado a la ciudad de Chanchán y a los régulos sometidos al Gran Chimú y a su corte enjoyada y sensual, en el que contaban innumerables riquezas de oro y plata y sobre todo de "piedras preciosas y conchas coloradas que estos naturales entonces estimaban más que la plata y el oro".

Los Mochicas y el oro Lunar

Los Mochicas de la costa del Perú, radicados en los valles centrales de ésta, teniendo como centro las pirámides del Sol y de la Luna en Moche, desarrollaron antes que los demás pueblos del Perú el arte de la metalurgia. Dominaron las técnicas de la soldadura, el martillado, fundido, repujado, dorado, esmaltado y la técnica de la cera perdida. Al mismo tiempo que decoraban su cerámica en dos colores, ocre y crema, con dibujos ágiles y finos con escenas de cetrería o de guerra, de frutos y plantas, como también de seres monstruosos idealizados, perfeccionaron la orfebrería áurea forjando ídolos y máscaras, adornos e instrumentos, armas, vasos repujados, collares y tupus, brazaletes y ojotas, orejeras y aretes, tiranas para depilar, cetros, porras, cascos, tumis o cuchillos ceremoniales incrustados de turquesas y esmeraldas, vasos retratos de oro puro, rodelas de oro con estilizaciones zoomorfas e ídolos grotescos coronados con una diadema semilunar. En todos ellos parece que el oro argentado del Perú recibe el pálido reflejo lunar; y la imagen de la luna, diosa nocturna del arenal y del mar, inspira a los artífices chimús formas decorativas y homenajes litúrgicos, que se materializan en la diadema semilunar de los ídolos o héroes civilizadores y en la predilección por los símbolos de la araña y el zorro. Esta metalurgia ceremonial, religiosa o civil, reviste las formas más caprichosas y gráciles, con laminillas de oro en forma de rayos, campanillas o cascabeles en que el oro es hueco, o pesados objetos en los que se imita el arte lítico o la cerámica: vasos de oro y turquesas, huacos de oro como el ejemplar único exhibido por Mujica en los grabados de esta Colección. Toda esta feérica bisutería dorada de los imagineros mochicas, como más tarde de sus sucesores los Chimús –que acaso recibieran ya el influjo quimbaya– fue asimilada, en parte, en lo técnico, por el arte sobrio de los Incas, pero se perdió el estilo y el alma de los orfebres de Moche, Lambayeque y Chanchán. Los Incas, al conquistar el señorío de Chimú y su capital Chanchán, con Túpac Inca Yupanqui, por cuanto los yungas de la región –dice Cieza–"son hábiles para labrar metales, muchos dellos fueron llevados al Cuzco y a las cabeceras de las provincias donde labraban plata y oro en joyas, vasijas y vasos y lo que mas mandado les era".

Indagaciones Peruanas - Raul Porras:: Génesis de la Metalurgia americana

GÉNESIS DE LA METALURGIA AMERICANA

La aparición de la metalurgia fue una hazaña cultural de la América del Sur, según Paul Rivet. En México sólo aparecen los metales hacia el siglo XI. El mundo maya tuvo una industria metalúrgica muy rudimentaria y sólo los del "segundo imperio" trabajaron el oro y conocieron el cobre, pero no el bronce. La utilización del oro nativo y del cobre es, en cambio, general en la región andina de Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia y parece que se generó en el interior de la Guayana y en la costa del Perú. El oro fue utilizado en el Perú antes que el cobre. En Nazca y Chavín se da el oro en los estratos más antiguos; el cobre era, en cambio, desconocido hasta el siglo IV, a la aparición de la civilización de Tiahuanaco y en el antiguo Chimú. La técnica de la tumbaga –aleación del oro con el cobre– llamada también guanin, es típica de toda la zona del Caribe, desde el comienzo de la Era Cristiana. "En las Antillas y Tierra Firme –escribe Oviedo– los indios lo labran y lo suelen mezclar con cobre o con plata y lo abajan segund quieren". Los Chibchas son los propagadores de ella y quienes perfeccionan las técnicas de la puesta en color, laminado del oro, soldadura autógena, soldadura por aleación y modelado a la cera perdida. Esta técnica se propaga al Ecuador y a la costa peruana, según Rivet, muy afecto a una génesis caribe de la metalurgia americana.

Los Chimús desarrollaron una de las más avanzadas técnicas del oro, el que trataron por fundición, al martillo, soldadura, remache y repujado. En la costa del Perú se desarrolló, esencial y originariamente, la metalurgia de la plata, desde la época de Paracas, la que sólo se conoce en la alta meseta perú-boliviana en el segundo período de Tiahuanaco y en el Ecuador de la época incaica. El bronce, por último, proviene, según Rivet, del segundo período de Tiahuanaco y sólo aparece en la costa en el último Chimú y en el Ecuador en la época incaica. Los principales propagadores del bronce, son los Incas, que lo llevan a todas las provincias sometidas a su imperio.